En el salón de sombras y luces, un hombre, vendida el alma, lanza su suerte en dados, barajas y cruces.
El reloj marca minutos de angustia, los naipes susurran trucos viejos, y en los rostros de los jugadores, fijados en los múltiples colores de la mesa, se refleja el sueño del lujo.
El crupier, con manos de mármol, reparte, como siempre, y a sabiendas, esperanzas y desdichas, mientras el eco del mantra de que la banca siempre gana resuena en la música que se escucha de fondo, más allá de las voces humanas.
El jugador, apuesta su vida en cada giro, buscando un respiro, pero el azar solo es amigo de sí mismo y concede pocas treguas. Un vals de ilusiones y dolores suena, pero las manos del hombre están llenas de cadenas, tiembla.
Una moneda cae al abismo mientras el siseo de un grito de desesperanza se posa sobre la mesa donde la baraja se ríe de él.
El crupier, con su sonrisa helada, la banca siempre gana, observa el drama, pero no le emociona esa lucha por la vida que tantas veces ha visto entre tréboles y diamantes.
El jugador sigue temblando, toma las cartas. La sala se troca en un tremendo silencio ruidoso que hace desaparecer el tiempo. La primera carta: un as, la segunda: un rey. Veintiuno perfecto.
Siguen moviéndose con vida propia las cartas de la partida, y la mano decisiva. El crupier reparte las cartas con una precisión casi ritual. La banca ha de ganar. El hombre saca un diez y un as. Blackjack. Un millón de euros.
Se levanta de la mesa, como si aquello no fuera con él, y, con el talón en la mano,
La noche es vacía, como su pecho, dos abismos que se pasean por una calle desierta y conocida.
La hiedra venenosa de los recuerdos vuelve a las andadas y una brújula nefasta le hace parar delante del puente. El río sigue como siempre murmurando secretos antiguos a la luna que, reflejada en las ondulaciones del agua, escucha. Le cuenta la historia del hombre que se mira en ese espejo líquido y solo ve cicatrices y sombras.
Con un suspiro de los que produce el dolor de espalda, sube al pretil. El aire es helado. En su mente no hay nada de nada, y, en un acto de liberación, se deja caer.
Las aguas lo reciben y lo cubren en silencio. Los sueños rotos se deshacen en el aire. Varios minutos después pasa alguien y ve el talón flotando.
“Un vale de descuento del supermercado”-dice.